Fastos y nefastos de filósofos y filosofías 5
Por Francisco Martínez Alas. Noviembre, 2009
La filosofía siempre me interesó. Aunque yo leía las obras filosóficas con el mismo método y espíritu que al leer obras literarias. Tardé muchos años en confirmar que tenía un interés más profundo en la filosofía y en decidirme a estudiar formalmente, durante unos años, una carrera de filosofía en una universidad. Y aunque aprecio mucho la filosofía, acostumbro bromear diciendo que la filosofía no sirve para nada. Pero, yo sé que eso no es verdad: la filosofía puede servir para muchas cosas, al aplicarla como método de reflexión, como fuente de inspiración, o como fundamento teórico.
Entonces, una tarea adicional a la que podemos dedicarnos es la de aplicar la filosofía. Sin duda, el lector y otros autores tienen otras propuestas sobre cómo y en qué aplicar la filosofía. Yo propongo algunas aquí, para cerrrar este ensayo.
En primer lugar, las ideas de los filósofos –especialmente las de aquellos que nos simpatizan o con quienes nos sentimos idenficados- pueden ayudar a moldear, configurar, informar o transformar nuestras opiniones y creencias, y hasta nuestras convicciones.
En segundo lugar, podemos incorporar ciertos principios o esquemas filosóficos a nuestro trabajo, sin importar la ocupación o profesión a la que nos dediquemos. Ya se trate de principios éticos, o de modelos de crítica o razonamiento, o categorías y clasificaciones, y otras ideas semejantes, todas pueden aportarnos una perspectiva y un derrotero más razonable y factible en nuestros programas y proyectos. Las filosofías de la ciencia y de la tecnología, así como la de la naturaleza y las propias de cada ciencia en particular, y la ética, serán aplicables aquí.
En tercer lugar, si algunas filosofías –como la antropología filosófica y la filosofía de la cultura- nos asisten en el conocimiento de nosotros mismos, o nos proporcionan criterios para la comprensión e identificación de los otros, de las otras personas, eso nos ayudará a relacionarnos y comunicarnos mejor con ellos, en términos y ejercicio del respeto y la tolerancia.
En cuarto lugar, las herramientas y métodos filosóficos, como las que se aprenden en el estudio y práctica de las disciplinas lógicas (especialmente la informal, que se refiere a la argumentación y las falacias), o las de comentario de textos y la hermenéutica, han de emplearse para analizar discursos y contenidos, de obras de todo tipo, textos diversos, opiniones ajenas y e informaciones de medios de comunicación.
En quinto lugar, las disciplinas como la ética, la consejería filosófica, la filosofía práctica, o ciertos textos u obras filosóficas en particular, como las que proporcionan consejos y recomendaciones para las situaciones de la vida cotidiana, o sobre como comportarnos, o sobre lo que se requiere para tener una buena vida, alcanzar cierto grado de serenidad y felicidad, o disponer de una cierta actitud, o hacer un uso discreto del tiempo, o para el goce y provecho de las artes y otros placeres y pasiones, serán de utilidad para nosotros y para quienes nos son próximos.
Para terminar, diré que es preciso, indispensable, que quien se dedica a las actividades filosóficas, debe fomentar la lectura de obras y textos sobre todas las disciplinas posibles, y la práctica de actividades que complementen y enriquezcan su experiencia de lo cotidiano, lo social y lo cultural.
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Fastos y nefastos de filósofos y filosofías 4
Fastos y nefastos de filósofos y filosofías 4
Por Francisco Martínez Alas. Noviembre, 2009
Para escribir filosofía se debe comenzar por hacerlo acerca de aquellos temas o problemas por los que sentimos predilección, y que además, nos sean ya conocidos o nos sea factible llegarlos a conocer en extensión y profundidad adecuadas. Se llega a conocer tales asuntos por medio de las técnicas, herramientas y ejercicios con los cuales nos habremos entrenado para aprender a filosofar. Porque, en mi opinión, aprender a filosofar requiere entrenamiento, además de talento e imaginación. A medida que reflexionamos y elaboramos apuntes o esquemas de nuestra reflexión, es decir, que vamos delimitando y consolidando nuestras esferas de observación y acción algunos conceptos y categorias –o relaciones y valoraciones- filosóficas se van conformando en nuestro haber intelectual. Será muy útil, además, conocer lo que significan tales conceptos según una o varias ciencias particulares, los diccionarios filosóficos, y también, los conceptos ocasionalmente definidos o esbozados por los filósofos en sus obras, con el fin de tomar de eso lo que apoye nuestras ideas. Así, se puede comenzar a escribir algunos textos cortos acerca de tales conceptos y categorías conforme a nuestra propia opinión y razonamiento, sin olvidar lo que antes se ha dicho sobre ello.
Y ya que hablo de textos cortos, es preciso mencionar algo en cuanto a los géneros filosóficos. Se ha discutido mucho acerca de la validez y persistencia de los géneros filosóficos, ya que el estilo, denominación y estructura de los mismos cambia con las épocas y tradiciones; y siempre aparecen géneros nuevos o los ya clásicos son modificados por los autores contemporáneos. De cualquier manera, ejemplos de estructuras usadas por pensadores de otras épocas y de la misma en que se vive, han de ser tomados en consideración. Se puede, así, comenzar a escribir aforismos, cartas, o ensayos cortos; luego, probar escribir series de columnas o entradas interrelacionadas como en una revista o un blog; más adelante, escribir ensayos más extensos y mejor estructurados; y sólo con más experiencia e investigación dedicarse a un tratado o un manual sobre una disciplina o un mismo tema.
Porque, además de escribir acerca de los conceptos sobre los cuales se ha adquirido suficiente dominio y competencia, existe la alternativa de escribir documentos sobre un mismo tema enfocado filosóficamente, pero, al mismo tiempo, desde las otras ciencias, y mostrando y exponiendo aspectos diferentes sobre el objeto que se está tratando, para determinar sus partes, funciones, usos, valoraciones e impactos. Así, a medida que se desarrolla la exposición de todos esos componentes y sus relaciones, el texto va surgiendo casi por sí mismo desde nuestra razón y conocimiento, y también exigiendo la indagación de aspectos que requieran ampliación.
Talvez, podríamos construirnos un horizonte más amplio y más complejo, que sería el de elaborar un sistema filosofico completo en si mismo. Eso quiere decir, que no se trata de que un sistema filosófico abarque todas las áreas y disciplinas de la filosofía, sino que abarque todo un conjunto de temas organizados y estructurados de un gran programa de investigación y de razonamiento por parte del pensador y el filósofo, los que constituyen toda su visión del mundo y expresan sus opiniones y conclusiones, sus cuestiones e inquietudes, y corresponden a ese programa y no a otra cosa.
Existen muchos modelos y técnicas típicos o básicos de redacción que se deben conocer, aprender y saber aplicar como corresponda. Pero, si aprender a redactar correctamente es un primer paso, en el entendido de que ya se aprendió a razonar correcta y técnicamente (es decir, se aprendió a filosofar), pienso que se debe aprender a identificar y analizar la estructura –tal cual- de los textos de los filósofos y científicos, y en segunda instancia, la de los expositores y comentaristas. Todo eso proporciona elementos y herramientas con las que se puede contar para escribir nuestros propios textos filosóficos.
Es por ello que las técnicas y procedimientos para examinar y diseccionar la estructura de obras de filósofos consagrados –o partes de las mismas- deben ser parte de nuestra formación filosófica. Muchas veces, se comete el error de querer enseñar como escribir correctamente ensayos y textos filosóficos, mostrándole al estudiante malos o mediocres ejemplos de redacción, y advirtiéndole que no cometa los mismos errores dle ejemplo. En mi opinión, se debe proceder de otra manera, pues para aprender a escribir bien y encontrar la voz y el estilo propio, se debe uno auxiliar, como dije antes, tanto de las técnicas y elementos de redacción básica, como de la ejemplificación o reflejo del estilo de los grandes pensadores. Pues, aunque no se trata de imitar el estilo, sino de descubrir la estructura y la forma, los argumentos y falacias, los trucos y recursos, las inspiraciones e intertextualidades, incluso los yerros o incongruencias, que usó tal autor, y esos sí nos servirán de ejemplos a seguir o a superar. Es decir, intentar deconstruir el modo como se pensó, diseñó, se armó y remendó su obra.
Otro de los instrumentos provechosos para escribir filosofía son los fundamentos y técnicas de pensamiento crítico, así como los métodos de argumentación y trato con falacias que se asocia a ello, en tanto que lógica informal. Ya que no siempre necesitamos expresar nuestras ideas haciendo uso del lenguaje de las lógicas formal y simbólica, y que también es preciso aprender a evitar caer en errores y falacias al exponer nuestras ideas; por lo que se debe aprender a razonar correctamente y a intentar demostrar o justificar nuestras opiniones mediante argumentos del tipo que más corresponda al orden y finalidad de nuestro documento, texto o discurso. El pensamiento crítico incluye actividades tales como la investigación de antecedentes y pruebas (datos, hechos, informaciones), el análisis, evaluación e interpretación de otros argumentos y ejemplos, y los métodos y técnicas para construir razonamientos de carácter inductivo, deductivo o persuasivo, y otros modos y fines de razonamiento.
Un elemento que apoya considerablemente la exposición de cualquier tema, son los ejemplos. Es necesario poner ejemplos adecuados que apoyen la comprensión de nuestro texto. Tales ejemplos se pueden extraer de los eventos de la realidad, o de los textos de otros autores y de otros géneros (no necesariamente de obras filosóficas, e impresos). De los ejemplos, tratados como casos, se extraen también las lecciones aprendidas. Con el análisis y comparación prudente de tales lecciones se puede generalizar algunas conclusiones moderadas sobre ciertas ideas o situaciones. Otro recurso, asociado al uso de fuentes de conocimiento de otros, es el de la apropiación de conceptos que se hallan en otros autores y textos, y su trasvase, complementación, adaptación, perfeccionamiento y aplicación a nuestro propio proyecto o programa de indagación y exposición filosófica.
Conocidos y puestos en práctica todos los conocimientos, recursos, herramientas y métodos de creación y escritura filosófica, se puede proceder a conformar y exponer nuestra producción filosófica.
Por Francisco Martínez Alas. Noviembre, 2009
Para escribir filosofía se debe comenzar por hacerlo acerca de aquellos temas o problemas por los que sentimos predilección, y que además, nos sean ya conocidos o nos sea factible llegarlos a conocer en extensión y profundidad adecuadas. Se llega a conocer tales asuntos por medio de las técnicas, herramientas y ejercicios con los cuales nos habremos entrenado para aprender a filosofar. Porque, en mi opinión, aprender a filosofar requiere entrenamiento, además de talento e imaginación. A medida que reflexionamos y elaboramos apuntes o esquemas de nuestra reflexión, es decir, que vamos delimitando y consolidando nuestras esferas de observación y acción algunos conceptos y categorias –o relaciones y valoraciones- filosóficas se van conformando en nuestro haber intelectual. Será muy útil, además, conocer lo que significan tales conceptos según una o varias ciencias particulares, los diccionarios filosóficos, y también, los conceptos ocasionalmente definidos o esbozados por los filósofos en sus obras, con el fin de tomar de eso lo que apoye nuestras ideas. Así, se puede comenzar a escribir algunos textos cortos acerca de tales conceptos y categorías conforme a nuestra propia opinión y razonamiento, sin olvidar lo que antes se ha dicho sobre ello.
Y ya que hablo de textos cortos, es preciso mencionar algo en cuanto a los géneros filosóficos. Se ha discutido mucho acerca de la validez y persistencia de los géneros filosóficos, ya que el estilo, denominación y estructura de los mismos cambia con las épocas y tradiciones; y siempre aparecen géneros nuevos o los ya clásicos son modificados por los autores contemporáneos. De cualquier manera, ejemplos de estructuras usadas por pensadores de otras épocas y de la misma en que se vive, han de ser tomados en consideración. Se puede, así, comenzar a escribir aforismos, cartas, o ensayos cortos; luego, probar escribir series de columnas o entradas interrelacionadas como en una revista o un blog; más adelante, escribir ensayos más extensos y mejor estructurados; y sólo con más experiencia e investigación dedicarse a un tratado o un manual sobre una disciplina o un mismo tema.
Porque, además de escribir acerca de los conceptos sobre los cuales se ha adquirido suficiente dominio y competencia, existe la alternativa de escribir documentos sobre un mismo tema enfocado filosóficamente, pero, al mismo tiempo, desde las otras ciencias, y mostrando y exponiendo aspectos diferentes sobre el objeto que se está tratando, para determinar sus partes, funciones, usos, valoraciones e impactos. Así, a medida que se desarrolla la exposición de todos esos componentes y sus relaciones, el texto va surgiendo casi por sí mismo desde nuestra razón y conocimiento, y también exigiendo la indagación de aspectos que requieran ampliación.
Talvez, podríamos construirnos un horizonte más amplio y más complejo, que sería el de elaborar un sistema filosofico completo en si mismo. Eso quiere decir, que no se trata de que un sistema filosófico abarque todas las áreas y disciplinas de la filosofía, sino que abarque todo un conjunto de temas organizados y estructurados de un gran programa de investigación y de razonamiento por parte del pensador y el filósofo, los que constituyen toda su visión del mundo y expresan sus opiniones y conclusiones, sus cuestiones e inquietudes, y corresponden a ese programa y no a otra cosa.
Existen muchos modelos y técnicas típicos o básicos de redacción que se deben conocer, aprender y saber aplicar como corresponda. Pero, si aprender a redactar correctamente es un primer paso, en el entendido de que ya se aprendió a razonar correcta y técnicamente (es decir, se aprendió a filosofar), pienso que se debe aprender a identificar y analizar la estructura –tal cual- de los textos de los filósofos y científicos, y en segunda instancia, la de los expositores y comentaristas. Todo eso proporciona elementos y herramientas con las que se puede contar para escribir nuestros propios textos filosóficos.
Es por ello que las técnicas y procedimientos para examinar y diseccionar la estructura de obras de filósofos consagrados –o partes de las mismas- deben ser parte de nuestra formación filosófica. Muchas veces, se comete el error de querer enseñar como escribir correctamente ensayos y textos filosóficos, mostrándole al estudiante malos o mediocres ejemplos de redacción, y advirtiéndole que no cometa los mismos errores dle ejemplo. En mi opinión, se debe proceder de otra manera, pues para aprender a escribir bien y encontrar la voz y el estilo propio, se debe uno auxiliar, como dije antes, tanto de las técnicas y elementos de redacción básica, como de la ejemplificación o reflejo del estilo de los grandes pensadores. Pues, aunque no se trata de imitar el estilo, sino de descubrir la estructura y la forma, los argumentos y falacias, los trucos y recursos, las inspiraciones e intertextualidades, incluso los yerros o incongruencias, que usó tal autor, y esos sí nos servirán de ejemplos a seguir o a superar. Es decir, intentar deconstruir el modo como se pensó, diseñó, se armó y remendó su obra.
Otro de los instrumentos provechosos para escribir filosofía son los fundamentos y técnicas de pensamiento crítico, así como los métodos de argumentación y trato con falacias que se asocia a ello, en tanto que lógica informal. Ya que no siempre necesitamos expresar nuestras ideas haciendo uso del lenguaje de las lógicas formal y simbólica, y que también es preciso aprender a evitar caer en errores y falacias al exponer nuestras ideas; por lo que se debe aprender a razonar correctamente y a intentar demostrar o justificar nuestras opiniones mediante argumentos del tipo que más corresponda al orden y finalidad de nuestro documento, texto o discurso. El pensamiento crítico incluye actividades tales como la investigación de antecedentes y pruebas (datos, hechos, informaciones), el análisis, evaluación e interpretación de otros argumentos y ejemplos, y los métodos y técnicas para construir razonamientos de carácter inductivo, deductivo o persuasivo, y otros modos y fines de razonamiento.
Un elemento que apoya considerablemente la exposición de cualquier tema, son los ejemplos. Es necesario poner ejemplos adecuados que apoyen la comprensión de nuestro texto. Tales ejemplos se pueden extraer de los eventos de la realidad, o de los textos de otros autores y de otros géneros (no necesariamente de obras filosóficas, e impresos). De los ejemplos, tratados como casos, se extraen también las lecciones aprendidas. Con el análisis y comparación prudente de tales lecciones se puede generalizar algunas conclusiones moderadas sobre ciertas ideas o situaciones. Otro recurso, asociado al uso de fuentes de conocimiento de otros, es el de la apropiación de conceptos que se hallan en otros autores y textos, y su trasvase, complementación, adaptación, perfeccionamiento y aplicación a nuestro propio proyecto o programa de indagación y exposición filosófica.
Conocidos y puestos en práctica todos los conocimientos, recursos, herramientas y métodos de creación y escritura filosófica, se puede proceder a conformar y exponer nuestra producción filosófica.
noviembre 06, 2009
Fastos y nefastos de filósofos y filosofías 3
Fastos y nefastos de filósofos y filosofías 3
Por Francisco Martínez Alas. Noviembre, 2009
Estudiar filosofía puede ser frustrante y al mismo tiempo vigorizante, pero, de cualquier manera el mayor beneficio que se obtiene es el rigor en la lectura y exposición del pensamiento ajeno. Leer filosofía es estimulante y exultante, y proporciona la inestimable oportunidad de ejercitar el discernimiento propio y confiar en la capacidad de tener opiniones firmes y lógicas, sin la estricta dependencia de la autoridad. Consultar y revisar los comentarios e historias del pensamiento es algo que debe hacerse regularmente pero con una mezcla de confianza y escepticismo moderados, ya que constituyen un apreciable apoyo, pero no deben acostumbrarnos a evitar ir directamente a las fuentes (aunque sea en versiones traducidas a nuestra lengua), ni distraernos del esfuerzo de síntesis e interpretación propia. Transmitir y compartir los conocimientos filosóficos aprendidos conforma una oportunidad valiosa de sistematizar lo estudiado, leído y comprendido, y de dialogar o debatir, y de aceptar ser refutado o cuestionado al presentarse ante otros estudiosos o estudiantes. Escribir sobre los filósofos ya clásicos o contemporáneos, suma al esfuerzo de tantos por mostrar el producto de sus largos y profundos esfuerzos por comprender, criticar y elaborar sinopsis de las obras e ideas de aquellos, y obliga a aprender más disciplina y aplicar más técnicas para exponer correctamente los resultados de nuestra investigación y reflexión.
Aunque estas actividades en torno a la filosofía que estoy exponiendo no son una especie de escalera o de pasos progresivos a seguir, y como ya dije, no son actividades excluyentes entre sí, sino que son complementarias; todas ellas sirven como entrenamiento del raciocinio, la crítica y la escritura; y van dejando estratos y huellas, sedimentos y marcas, que se manifiestan como datos, ideas, contextos, relaciones, imágenes, las que han de fundamentar y aderezar los nuevos textos, discursos, argumentos y reflexiones que produzcamos cuando emprendamos el propósito de aprender a filosofar.
Sobre cómo aprender a filosofar, pues, quiero ahora mencionar algunas muy breves recomendaciones. Recomendaciones que pueden servir de base para aprender a filosofar ya no solo desde la perspectiva, la visión y la palabra de otros autores (filósofos y comentaristas, profesores y expositores), sino desde una situación, postura y actitud, y con una peculiar expresión gestual y verbal ante los problemas o preguntas filosóficas o cuasi filosóficas que nos planteamos nosotros mismos o nos apelan otros.
El punto de partida de una reflexión filosófica propia es la identificación de problemas o la formulación de preguntas acerca de aquellos temas, asuntos o acontecimientos que nos interesan o inquietan. Eso sí, tal identificación o formulación de plantearse de un modo distinto a como se haría si se tratase de una investigación en ciencias sociales o para cualquiera de las otras ciencias y tecnologías. Además, tampoco debe hacerse de la misma manera que cuando se propone hacer una crítica al pensamiento de un autor en particular, porque eso corresponde a la reflexión acerca de otros filósofos o autores. Aunque, si bien el aparecimiento de aquel interés o inquietud nos haya surgido mientras leíamos un texto de cualquier disciplina, o gozábamos de una obra literaria o artística, o frente a un espectáculo de cualquier índole, o mientras observábamos un acontecimiento sin participar en el, o cuando participamos de alguna actividad compartida; es preciso hacer notar que todos esos momentos pueden llegar a ser la simiente de una reflexión filosófica personal, así que tal momento es el punto de partida pero no solo y no necesariamente el objeto de la reflexión. Y entonces para aprender a filosofar hay que aprender a ser sensible a las ideas que nos suscitan esos momentos únicos que nos conducen a una indagación filosófica.
El siguiente paso, si se le puede llamar así, es perfilar y definir las facetas tanto del problema filosófico que se plantea, como de las respuestas que el filósofo se animará y se atreverá a proponer y expresar. Pienso que esas facetas deben ser varias, de manera que permiten a su autor apreciar el objeto de reflexión de manera diversa y descubrir diversos elementos y relaciones. Además, la reflexión filosófica requiere una porción de espontaneidad y otra de método. Se trata de llegar a una conclusión o propuesta, que no tiene que ser definitiva, aunque su autor la afirme de manera categórica, pero sí tiene que ser lógica y poseer cierta validez o verdad. Un proceder seguro de conducirse durante la reflexión y de acercarse al objetivo perseguido, la proporcionan las herramientas que los filósofos, los creativos y los científicos han descubierto o inventado, y que aparecen tanto en las obras filosóficas como en los manuales y guías correspondientes, de las que el filósofo debe proveerse y aprender su uso y aplicación; y luego ensayar el medio para fijar o plasmar por escrito los resultados alcanzados. Es así como el filósofo, o quien está imbuido en la práctica del aprender a filosofar, debe iniciar a expresar y divulgar el producto de sus reflexiones y preocupaciones, preguntas y fascinaciones.
Lo que se expresa y se escribe, se puede publicar y comunicar, se puede y se debe compartir con otros con el fin de dialogar con ellos. El diálogo con personas competentes y la apertura a la recepción de críticas y sugerencias, dinamiza y enriquece nuestra reflexión filosófica. Pero, no se trata de una aceptación sumisa y ciega de las simples opiniones ajenas, ni de ser calificado o evaluado por las críticas bien fundamentadas, sino de permitir con ellas aparecer una ventana desde la cual definimos o elaboramos nuevas facetas y ampliamos nuestra reflexión propia, para continuar nuestro aprendizaje para convertirnos en filósofos y no solo en divulgadores de filosofías ajenas. Por ello, la otra dimensión del trabajo filosófico, se refiere a la escritura.
Por Francisco Martínez Alas. Noviembre, 2009
Estudiar filosofía puede ser frustrante y al mismo tiempo vigorizante, pero, de cualquier manera el mayor beneficio que se obtiene es el rigor en la lectura y exposición del pensamiento ajeno. Leer filosofía es estimulante y exultante, y proporciona la inestimable oportunidad de ejercitar el discernimiento propio y confiar en la capacidad de tener opiniones firmes y lógicas, sin la estricta dependencia de la autoridad. Consultar y revisar los comentarios e historias del pensamiento es algo que debe hacerse regularmente pero con una mezcla de confianza y escepticismo moderados, ya que constituyen un apreciable apoyo, pero no deben acostumbrarnos a evitar ir directamente a las fuentes (aunque sea en versiones traducidas a nuestra lengua), ni distraernos del esfuerzo de síntesis e interpretación propia. Transmitir y compartir los conocimientos filosóficos aprendidos conforma una oportunidad valiosa de sistematizar lo estudiado, leído y comprendido, y de dialogar o debatir, y de aceptar ser refutado o cuestionado al presentarse ante otros estudiosos o estudiantes. Escribir sobre los filósofos ya clásicos o contemporáneos, suma al esfuerzo de tantos por mostrar el producto de sus largos y profundos esfuerzos por comprender, criticar y elaborar sinopsis de las obras e ideas de aquellos, y obliga a aprender más disciplina y aplicar más técnicas para exponer correctamente los resultados de nuestra investigación y reflexión.
Aunque estas actividades en torno a la filosofía que estoy exponiendo no son una especie de escalera o de pasos progresivos a seguir, y como ya dije, no son actividades excluyentes entre sí, sino que son complementarias; todas ellas sirven como entrenamiento del raciocinio, la crítica y la escritura; y van dejando estratos y huellas, sedimentos y marcas, que se manifiestan como datos, ideas, contextos, relaciones, imágenes, las que han de fundamentar y aderezar los nuevos textos, discursos, argumentos y reflexiones que produzcamos cuando emprendamos el propósito de aprender a filosofar.
Sobre cómo aprender a filosofar, pues, quiero ahora mencionar algunas muy breves recomendaciones. Recomendaciones que pueden servir de base para aprender a filosofar ya no solo desde la perspectiva, la visión y la palabra de otros autores (filósofos y comentaristas, profesores y expositores), sino desde una situación, postura y actitud, y con una peculiar expresión gestual y verbal ante los problemas o preguntas filosóficas o cuasi filosóficas que nos planteamos nosotros mismos o nos apelan otros.
El punto de partida de una reflexión filosófica propia es la identificación de problemas o la formulación de preguntas acerca de aquellos temas, asuntos o acontecimientos que nos interesan o inquietan. Eso sí, tal identificación o formulación de plantearse de un modo distinto a como se haría si se tratase de una investigación en ciencias sociales o para cualquiera de las otras ciencias y tecnologías. Además, tampoco debe hacerse de la misma manera que cuando se propone hacer una crítica al pensamiento de un autor en particular, porque eso corresponde a la reflexión acerca de otros filósofos o autores. Aunque, si bien el aparecimiento de aquel interés o inquietud nos haya surgido mientras leíamos un texto de cualquier disciplina, o gozábamos de una obra literaria o artística, o frente a un espectáculo de cualquier índole, o mientras observábamos un acontecimiento sin participar en el, o cuando participamos de alguna actividad compartida; es preciso hacer notar que todos esos momentos pueden llegar a ser la simiente de una reflexión filosófica personal, así que tal momento es el punto de partida pero no solo y no necesariamente el objeto de la reflexión. Y entonces para aprender a filosofar hay que aprender a ser sensible a las ideas que nos suscitan esos momentos únicos que nos conducen a una indagación filosófica.
El siguiente paso, si se le puede llamar así, es perfilar y definir las facetas tanto del problema filosófico que se plantea, como de las respuestas que el filósofo se animará y se atreverá a proponer y expresar. Pienso que esas facetas deben ser varias, de manera que permiten a su autor apreciar el objeto de reflexión de manera diversa y descubrir diversos elementos y relaciones. Además, la reflexión filosófica requiere una porción de espontaneidad y otra de método. Se trata de llegar a una conclusión o propuesta, que no tiene que ser definitiva, aunque su autor la afirme de manera categórica, pero sí tiene que ser lógica y poseer cierta validez o verdad. Un proceder seguro de conducirse durante la reflexión y de acercarse al objetivo perseguido, la proporcionan las herramientas que los filósofos, los creativos y los científicos han descubierto o inventado, y que aparecen tanto en las obras filosóficas como en los manuales y guías correspondientes, de las que el filósofo debe proveerse y aprender su uso y aplicación; y luego ensayar el medio para fijar o plasmar por escrito los resultados alcanzados. Es así como el filósofo, o quien está imbuido en la práctica del aprender a filosofar, debe iniciar a expresar y divulgar el producto de sus reflexiones y preocupaciones, preguntas y fascinaciones.
Lo que se expresa y se escribe, se puede publicar y comunicar, se puede y se debe compartir con otros con el fin de dialogar con ellos. El diálogo con personas competentes y la apertura a la recepción de críticas y sugerencias, dinamiza y enriquece nuestra reflexión filosófica. Pero, no se trata de una aceptación sumisa y ciega de las simples opiniones ajenas, ni de ser calificado o evaluado por las críticas bien fundamentadas, sino de permitir con ellas aparecer una ventana desde la cual definimos o elaboramos nuevas facetas y ampliamos nuestra reflexión propia, para continuar nuestro aprendizaje para convertirnos en filósofos y no solo en divulgadores de filosofías ajenas. Por ello, la otra dimensión del trabajo filosófico, se refiere a la escritura.
noviembre 04, 2009
Fastos y nefastos de filósofos y filosofías 2
Fastos y nefastos de filósofos y filosofías 2
Por Francisco Martínez Alas. Noviembre, 2009
Decía en un artículo previo a este que la filosofía está abierta a la posibilidad de ser estudiada y practicada en cinco actividades principales que van desde su estudio en una institución académica o como un esfuerzo realizado en privado, hasta la producción de textos y materiales de filosofía como autor, es decir, como filósofo; asunto que también conlleva las faenas de comentario y enseñanza del pensamiento y la historia de la filosofía, y la necesidad de aprender a filosofar. Ahora, pienso que hacía falta incorporar una dimensión adicional, que se refiere a la aplicación de los conocimientos y métodos filosóficos, y por ello la incorporo al final.
Veamos lo que, desde mi punto de vista, como mínimo, se requiere para cada una de las actividades mencionadas:
Para estudiar la filosofía es indispensable leer las obras de los autores filósofos. Como es virtualmente imposible leer a todos los filósofos de todos los tiempos y culturas, el estudioso deberá hacer una selección de aquellos autores que le interesen de acuerdo a sus propias expectativas. Para seleccionar los mismos, se puede partir de una historia o un diccionario de la filosofía, o de cualquier tabla cronológica en la que aparezca la ubicación temporal y geográfica, o por escuelas y corrientes de los filósofos más conocidos. Lo ideal sería leer las obras completas o todas las más relevantes, y acceder a las mismas en su idioma original. Sin embargo, traducciones de buena calidad a nuestra lengua sirven muy bien para el propósito de conocer las obras filosóficas. Además de leer directamente las obras, es recomendable leer o revisar uno o dos comentarios sobre cada autor y sobre la época del mismo, con el fin de identificar elementos biográficos y de contexto que apoyan la comprensión, así como hacerse un panorama de todo el pensamiento del filósofo en estudio. También puede convenir asistir a cursos y eventos de discusión y divulgación filosófica, o inscribirse en una universidad y completar algún grado de estudios en filosofía. Si se desea obtener una vista de conjunto, tanto histórica y metodológica como contextual, conviene una licenciatura en filosofía. Pero, si el estudioso proviene de una profesión no relacionada con la filosofía, y desea obtener conocimientos filosóficos más específicos –sobre una escuela o sobre un grupo selecto de filósofos, o sobre una de las disciplinas filosóficas específicas, como por ejemplo la ética, la epistemología o antropologías- puede optar por una maestría o doctorado. Pero, antes de formarse en una especialidad filosófica, es necesario adquirir un conjunto de herramientas clave de las que hablaré más adelante en este mismo artículo. De cualquier manera que se estudie la filosofía, en privado o en la academia, será muy provechoso elaborar esquemas, diagramas y cuadros de lo que se lee (mucho mejor que efectuar subrayados y marginaciones en un texto impreso); y llevar a cabo discusiones, conversatorios y debates en parejas y grupos, para intercambiar impresiones y opiniones.
Luego de haber estudiado filosofía, puede uno dedicarse a enseñar filosofía en calidad de docente en un colegio o en una universidad. O bien, dedicarse a la divulgación de conocimientos filosóficos como tutor o como conferencista privado. Si se tiene que impartir un curso en una institución de enseñanza, el punto de partida es la planeación del mismo. Tal curso puede tener uno de estos tres enfoques: trazar la historia y contexto de una disciplina, tema o época de la filosofía; hacer una exposición sistemática de un tema o división de la filosofía, definiendo sus conceptos y categorías clave, así como sus métodos y relaciones; o exponer una síntesis del pensamiento, obras y vida de un filósofo en particular. Como resultado de la planeación, se detalla un programa de estudio y exposición conforme a la duración estipulada del curso. Se hace, además, una selección de lecturas, tanto de fragmentos o partes de las obras de autor, como de capítulos y artículos escritos por sus comentaristas. Debe escogerse otros materiales de apoyo complementarios que apoyen los contenidos y las discusiones o ejercicios que se lleven a cabo. Para ejecutar el curso se requiere disponer de herramientas y técnicas didácticas que comuniquen adecuadamente los contenidos y fomenten la reflexión y discusión creativa y profunda. El programa debe incluir también los mecanismos de evaluación del aprendizaje del grupo de estudiantes, tales mecanismos deben hacer énfasis en la reflexión y la creación de y sobre contenidos e ideas, y no en una rememoración de datos y conceptos.
La lectura de obras de filósofos y de comentarios o críticas sobre su pensamiento, la investigación del entorno intelectual y del contexto histórico, así como la práctica de la enseñanza y la divulgación de la filosofía nos provee de conocimientos suficientes, y talvez de criterios más adecuados, para escribir acerca de la filosofía y de los filosófos. Aquí las opciones posibles son tres: la primera de ellas es escribir biografías de filósofos haciendo énfasis en su desenvolvimiento intelectual y filosófico; la segunda, es escribir comentarios a una o a varias obras específicas de un autor, o a la explanación de una o de un conjunto de categorías e ideas del mismo; y la tercera, es hacer historias de la filosofía. Desde luego, preparar un gran compendio de historia de la filosofía universal es una tarea ciclópea, sin duda es más sencillo y eficiente estudiar y exponer la historia de la filosofía en un periodo, en un área de la ciencia o en una zona geográfica específcos. Y será aun mejor especializarse en un sólo autor o en un pequeño grupo de pensadores escogidos por sus vínculos notables o por la adhesión que sentimos hacia ellos. Una opción interesante es desarrollar una investigación sobre un mismo tema o concepto desde diversos enfoques o según las opiniones y argumentaciones de varios pensadores, o de sus transformaciones y significaciones en épocas diferentes.
La herramientas necesarias para escribir acerca de la filosofía y de los otros pensadores o filósofos son fundamentalmente cuatro. Pero, primero hay que tomar en cuenta que cuando se trata autores muertos, el tipo de investigación predominante es la documental, y debe incorporar el uso de libros y documentos impresos, revistas y periódicos, sitios en Internet, videos y cualquier otra clase de materiales de apoyo. Aunque también, se puede recurrir a la entrevista de especialistas, este será un recurso sucedáneo. En cambio, cuando se trata de pensadores actuales y vivientes, además de la investigación documental será casi indispensable entrevistar a los autores. En cuanto a las herramientas y técnicas a utilizar, lo primero es saber como escoger las citas que incumben al propósito y enfoque de nuestra investigación. Ahora bien, el uso que se le dé a tales citas debe ser adecuado y respetuoso tanto del pensamiento del autor como de las reglas de validez científica y lógica. Lo segundo y lo tercero, requiere de la aplicación de los diversos métodos y técnicas de comentario y análisis de textos (tales como el análisis del discurso y de contenido, la hermenéutica, estructuras argumentativas y otras); asi como de crítica literaria (en efecto, algunas de las herramientas que se usan para hacer crítica y análisis de obras literarias son también efectivas para el análisis y comentario de textos filosóficos). Lo cuarto, adquirir la capacidad de comparar autores y sus argumentos u opiniones, así como de insertar -o de descubrir- la intertextualidad entre ellos.
Por Francisco Martínez Alas. Noviembre, 2009
Decía en un artículo previo a este que la filosofía está abierta a la posibilidad de ser estudiada y practicada en cinco actividades principales que van desde su estudio en una institución académica o como un esfuerzo realizado en privado, hasta la producción de textos y materiales de filosofía como autor, es decir, como filósofo; asunto que también conlleva las faenas de comentario y enseñanza del pensamiento y la historia de la filosofía, y la necesidad de aprender a filosofar. Ahora, pienso que hacía falta incorporar una dimensión adicional, que se refiere a la aplicación de los conocimientos y métodos filosóficos, y por ello la incorporo al final.
Veamos lo que, desde mi punto de vista, como mínimo, se requiere para cada una de las actividades mencionadas:
Para estudiar la filosofía es indispensable leer las obras de los autores filósofos. Como es virtualmente imposible leer a todos los filósofos de todos los tiempos y culturas, el estudioso deberá hacer una selección de aquellos autores que le interesen de acuerdo a sus propias expectativas. Para seleccionar los mismos, se puede partir de una historia o un diccionario de la filosofía, o de cualquier tabla cronológica en la que aparezca la ubicación temporal y geográfica, o por escuelas y corrientes de los filósofos más conocidos. Lo ideal sería leer las obras completas o todas las más relevantes, y acceder a las mismas en su idioma original. Sin embargo, traducciones de buena calidad a nuestra lengua sirven muy bien para el propósito de conocer las obras filosóficas. Además de leer directamente las obras, es recomendable leer o revisar uno o dos comentarios sobre cada autor y sobre la época del mismo, con el fin de identificar elementos biográficos y de contexto que apoyan la comprensión, así como hacerse un panorama de todo el pensamiento del filósofo en estudio. También puede convenir asistir a cursos y eventos de discusión y divulgación filosófica, o inscribirse en una universidad y completar algún grado de estudios en filosofía. Si se desea obtener una vista de conjunto, tanto histórica y metodológica como contextual, conviene una licenciatura en filosofía. Pero, si el estudioso proviene de una profesión no relacionada con la filosofía, y desea obtener conocimientos filosóficos más específicos –sobre una escuela o sobre un grupo selecto de filósofos, o sobre una de las disciplinas filosóficas específicas, como por ejemplo la ética, la epistemología o antropologías- puede optar por una maestría o doctorado. Pero, antes de formarse en una especialidad filosófica, es necesario adquirir un conjunto de herramientas clave de las que hablaré más adelante en este mismo artículo. De cualquier manera que se estudie la filosofía, en privado o en la academia, será muy provechoso elaborar esquemas, diagramas y cuadros de lo que se lee (mucho mejor que efectuar subrayados y marginaciones en un texto impreso); y llevar a cabo discusiones, conversatorios y debates en parejas y grupos, para intercambiar impresiones y opiniones.
Luego de haber estudiado filosofía, puede uno dedicarse a enseñar filosofía en calidad de docente en un colegio o en una universidad. O bien, dedicarse a la divulgación de conocimientos filosóficos como tutor o como conferencista privado. Si se tiene que impartir un curso en una institución de enseñanza, el punto de partida es la planeación del mismo. Tal curso puede tener uno de estos tres enfoques: trazar la historia y contexto de una disciplina, tema o época de la filosofía; hacer una exposición sistemática de un tema o división de la filosofía, definiendo sus conceptos y categorías clave, así como sus métodos y relaciones; o exponer una síntesis del pensamiento, obras y vida de un filósofo en particular. Como resultado de la planeación, se detalla un programa de estudio y exposición conforme a la duración estipulada del curso. Se hace, además, una selección de lecturas, tanto de fragmentos o partes de las obras de autor, como de capítulos y artículos escritos por sus comentaristas. Debe escogerse otros materiales de apoyo complementarios que apoyen los contenidos y las discusiones o ejercicios que se lleven a cabo. Para ejecutar el curso se requiere disponer de herramientas y técnicas didácticas que comuniquen adecuadamente los contenidos y fomenten la reflexión y discusión creativa y profunda. El programa debe incluir también los mecanismos de evaluación del aprendizaje del grupo de estudiantes, tales mecanismos deben hacer énfasis en la reflexión y la creación de y sobre contenidos e ideas, y no en una rememoración de datos y conceptos.
La lectura de obras de filósofos y de comentarios o críticas sobre su pensamiento, la investigación del entorno intelectual y del contexto histórico, así como la práctica de la enseñanza y la divulgación de la filosofía nos provee de conocimientos suficientes, y talvez de criterios más adecuados, para escribir acerca de la filosofía y de los filosófos. Aquí las opciones posibles son tres: la primera de ellas es escribir biografías de filósofos haciendo énfasis en su desenvolvimiento intelectual y filosófico; la segunda, es escribir comentarios a una o a varias obras específicas de un autor, o a la explanación de una o de un conjunto de categorías e ideas del mismo; y la tercera, es hacer historias de la filosofía. Desde luego, preparar un gran compendio de historia de la filosofía universal es una tarea ciclópea, sin duda es más sencillo y eficiente estudiar y exponer la historia de la filosofía en un periodo, en un área de la ciencia o en una zona geográfica específcos. Y será aun mejor especializarse en un sólo autor o en un pequeño grupo de pensadores escogidos por sus vínculos notables o por la adhesión que sentimos hacia ellos. Una opción interesante es desarrollar una investigación sobre un mismo tema o concepto desde diversos enfoques o según las opiniones y argumentaciones de varios pensadores, o de sus transformaciones y significaciones en épocas diferentes.
La herramientas necesarias para escribir acerca de la filosofía y de los otros pensadores o filósofos son fundamentalmente cuatro. Pero, primero hay que tomar en cuenta que cuando se trata autores muertos, el tipo de investigación predominante es la documental, y debe incorporar el uso de libros y documentos impresos, revistas y periódicos, sitios en Internet, videos y cualquier otra clase de materiales de apoyo. Aunque también, se puede recurrir a la entrevista de especialistas, este será un recurso sucedáneo. En cambio, cuando se trata de pensadores actuales y vivientes, además de la investigación documental será casi indispensable entrevistar a los autores. En cuanto a las herramientas y técnicas a utilizar, lo primero es saber como escoger las citas que incumben al propósito y enfoque de nuestra investigación. Ahora bien, el uso que se le dé a tales citas debe ser adecuado y respetuoso tanto del pensamiento del autor como de las reglas de validez científica y lógica. Lo segundo y lo tercero, requiere de la aplicación de los diversos métodos y técnicas de comentario y análisis de textos (tales como el análisis del discurso y de contenido, la hermenéutica, estructuras argumentativas y otras); asi como de crítica literaria (en efecto, algunas de las herramientas que se usan para hacer crítica y análisis de obras literarias son también efectivas para el análisis y comentario de textos filosóficos). Lo cuarto, adquirir la capacidad de comparar autores y sus argumentos u opiniones, así como de insertar -o de descubrir- la intertextualidad entre ellos.
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