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mayo 13, 2013

Sobre enseñar y aprender filosofía

Sobre enseñar y aprender filosofía
Francisco Martínez Alas (Mayo, 2013)

Ya lo he dicho, lo digo siempre y lo repito: el conocimiento de mayor calidad y profundidad se aprende leyendo en fuentes también de calidad y realizando prácticas asociadas, por cuenta propia, y no en las aulas. En tal caso, la universidad no es el mejor lugar para aprender (aunque sus bibliotecas sí), y menos si lo que se quiere aprender es filosofía, historia, arte o literatura. La conversación que hace poco tuve con un amigo (futuro filósofo y teólogo) me ha motivado a escribir este ensayo improvisado sobre enseñar y aprender filosofía.

Yo me gradué de la carrera de pregrado en filosofía, pero, no puedo afirmar que allí estudié filosofía. Sin duda, en los cuarenta cursos completados durante la carrera –algunos de los cuales fueron muy mediocres, es preciso declararlo– aprendí muchas cosas, tanto filosóficas como de otras disciplinas. Pero, para aprender filosofía primero hay que vivir la vida con consciencia profunda de todos los actos de la existencia y de las relaciones y conexiones con el mundo; y también, es indispensable leer las obras de los filósofos, aunque sea parcialmente y en traducciones (y menos atiborrarse de ideas digeridas de manuales y comentarios a filósofos). También es importante, sin duda, estudiar, discutir y comentar a los filósofos como parte de la actividad académica de los cursos obligatorios para obtener una titulación; de hecho, es un hacer complementario al hacer fundamental que es la lectura de obras de filósofos y la escritura de textos filosóficos propios. El problema de estudiar filosofía en la universidad, es que la constante actividad evaluativa de la institución académica, esto es, tener que preparar trabajos y exámenes casi todas las semanas, le priva al estudiante del tiempo necesario para leer más durante los cinco años que tales estudios de pregrado duran. Si realmente uno tiene vocación filosófica, el verdadero aprendizaje y estudio de la filosofía comienzan después de la universidad, y tal empeño sigue a lo largo de toda la vida, con la lectura constante de toda clase de libros (es decir, tanto de filosofía como de otras ciencias).

Me hubiese gustado impartir clases desde o ser contratado por el departamento de filosofía de la universidad en la que estudié; pero, por circunstancias ajenas a mi conocimiento y voluntad, no me lo permitieron quienes allí tenían poder decisión y contratación; y talvez fue mejor así, porque ahora que lo reflexiono, con humildad franca, la universidad y su pregrado en filosofía no me proporcionaron la capacidad y competencia para ser un profesor de filosofía de un nivel confiable, respetable y autorizado; y el constante ajetreo de las tareas y evaluaciones tampoco me dio tiempo suficiente para lograr tal nivel en otras horas y espacios. Los conocimientos filosóficos más estables, sólidos y profundos que tengo son aquellos que ya tenía antes de llegar a la carrera de filosofía y que obtuve después, leyendo por mi cuenta, y a través de la escogitación de otras obras con contenido filosófico que consultar, estudiar y leer. Nunca dejaré de declarar, también, que a mí ninguna universidad me ha formado (y eso me enorgullece). Pero, pensándolo bien, fue mejor así, porque en realidad yo domino con suficiencia el pensamiento de muy pocos filósofos (es decir, conozco a fondo solo a aquellos que me gustan, y admito que a algunos otros no los he leído, porque no me gustan o no me interesan, aunque sean importantes). De todos los otros pensadores conozco sólo lo básico. En verdad, creo que prefiero enseñar las otras cosas que enseño, en áreas gerenciales y sociales, a intentar enseñar la filosofía de otros.

Entonces, si se me presentara la oportunidad o la obligación de ser docente en algún curso filosófico, ¿qué haría? Sin duda, lo que más me conviniese, en beneficio personal y también para beneficio de los estudiantes de la carrera (para mí, los estudiantes son la razón de ser de la universidad, y no el fomento del ego de los profesores). Eso significa que yo diseñaría, planearía y ejecutaría mi propia visión de lo que considero adecuado y práctico para la divulgación (pero no formación) académica de la filosofía en la universidad. Pero, no me gustaría impartir cualquier curso en cualquier área de las ciencias filosóficas. No, los cursos que escogería serían los metodológicos, es decir, aquellos que deben proporcionar(le) herramientas al estudiante de filosofía para que desarrolle habilidades de estudioso y creador de pensamiento filosófico. Eso significa que escogería impartir cursos de análisis y metodología filosófica, de lógica informal y argumentación, de interpretación y conocimiento, y otras semejantes; y también algunas de las filosofías aplicadas a una ciencia en particular, como las de filosofía del arte, la historia o de la política. Rehuiría, sin duda, las historias de la filosofía por periodos, debido a su ambigüedad y parquedad de contenido y método, que los convierte en una superficial y apresurada revisión de literatura vinculada con cada supuesto periodo de la historia filosófica, etiquetado así por tradición o didáctica (es decir, relativa al desenvolvimiento del pensamiento filosófico en algunos países, regiones y épocas).

Aquí aparece la inexcusable cuestión acerca de cuáles son o deben ser los contenidos apropiados y óptimos para un curso de filosofía o de historia de la filosofía. Con los cursos que yo llamo básicos, o herramientas de trabajo y creación, o de aplicación práctica a la vida y al mundo, de fundamentación y relación con las otras ciencias, pienso que lo más conveniente es una combinación balanceada de enseñanza de métodos particulares (con sus respectivos ejercicios de aplicación) y de lectura crítica de fragmentos significativos de textos originales, aunado con la recomendación de hacer lecturas de apoyo de comentarios escritos por especialistas. Por otro lado, la estructura típica de una clase acerca de la filosofía de un pensador particular, tendría que iniciar con los datos biográficos mínimos, luego una mención de sus obras más importantes, y después… He aquí la decisión más crucial, ya que de ella depende la calidad y profundidad de un curso sobre filosofía. Considero tarea muy difícil y compleja intentar resumir o sintetizar el pensamiento de un autor sin caer en lugares comunes. Entonces, ¿cuál es la mejor alternativa? Puedo afirmar que las siguientes son las más viables:
a) Analizar y comentar en detalle una sóla obra del autor en varias sesiones (talvez un poco sofocante, pero es práctico y honesto; promueve que el estudiante exprese sus opiniones personales con respecto a lo que se lee críticamente, sin ocuparse de si tales opiniones siguen o no las tendencias interpretativas usuales; y le queda al estudiante la tarea de buscar las otras obras y leerlas por su cuenta)
b) Analizar y comentar en detalle fragmentos varios de varias obras del autor (más entretenido, aunque puede resultar muy superficial si la contextualización no logra transmitir qué es lo que relaciona e integra tales fragmentos)
c) Presentar una visión integral y estructurada de todo el pensamiento del autor y su contexto (ello requiere que el docente haya elaborado por sí mismo tal esquema, luego de haber estudiado el pensamiento y las obras más relevantes de cada autor, y conocer también diversos comentarios al mismo; a manera de ejemplo, yo leí total o parcialmente una veintena de comentarios al pensamiento de Montaigne –además de su Diario y sus Ensayos– para elaborar un escrito universitario)

La alternativa ideal sería aquella en la cual el estudiante leyese dos o tres obras completas de cada autor incluido en el programa del curso durante un semestre; y que además, los temas y textos se comentasen y discutiesen en grupos de estudio (de los cuales surgieren reportes escritos individuales o colectivos); a ello habría que sumarle la lectura crítica de historias y comentarios –lo suficientemente contrastantes– a la obra y pensamiento del autor; talvez así se lograse que al cabo de tres a seis meses el estudiante conozca a fondo a cada autor –al menos un poco más allá de la superficie, capa a la cual la mayoría llegamos y nos conformamos cuando el estudio de la filosofía o de la literatura tiene que combinarse con otras actividades y responsabilidades. Pero, un estudio así, sistemático y profundo de cada filósofo o pensador, requeriría romper el esquema de los estudios universitarios basados en cursos independientes que se deben llevan a razón de cuatro o más por semestre o ciclo.

Menos difícil, en mi opinión, es intentar resumir en unas cuantas frases –para unos pocos minutos de clase–, las ideas clave de un movimiento o corriente de pensamiento. Ello porque enciclopedias y diccionarios de filosofía, manuales introductorios y comentarios clásicos, sitios web y otras fuentes de información ya las tienen esquematizadas, para todos los movimientos, tendencias y corrientes del pensamiento filosófico y de otras disciplinas relacionadas; y tanto el docente como el estudiante, solo tiene que capturarlas. Empero, este es un conocimiento muy superficial de cada uno de tales periodos; aunque eso sea lo más común, como materia de conversación, artículos de opinión y discusión, entre universitarios, profesores y gente culta, pero que no tienen ninguna pretensión de erudición.

Otro reto importante es investigar y diseñar los mecanismos e instrumentos para evaluar a los estudiantes, los cuales, en mi opinión –de nuevo–, deberían ser algo completamente distinto del tradicional examen, en el cual se espera que el estudiante “demuestre” su dominio del pensamiento de un autor y lo plasme en una docena de líneas manuscritas, y para colmo, escritas apresuradamente porque el tiempo apremia. No lo he pensado bien, pero, me parece que en lugar de exámenes y presentaciones exiguas ante la clase, la evaluación debería estar basada en discusiones grupales o en parejas, en escritos breves y concretos (no esos “comentarios” al pensamiento de un autor) o en esquemas conceptuales de fragmentos de obras filosóficas escritas por filósofos (el joven estudiante de filosofía tiene el resto de su vida para leer las obras más notables –o de su agrado– de los filósofos con quienes concuerda y se identifica; ya que es una inútil pérdida de tiempo vital ocuparse del estudio de filósofos y pensadores en los que no creemos ni a quienes apreciamos).

Ahora viene lo del aprender filosofía. Pienso que es el estudiante –al conducirse como un estudioso– quien aprende, no un docente, profesor o maestro quien le enseña. ¿Cómo se aprende filosofía? Tampoco quiero repetir la famosa disyuntiva de si “aprender filosofía” o “aprender a filosofar”. Sin duda es importante y necesario conocer las ideas de otros, no solo de filosofía, sino de cualquiera otra ciencia, para tener materia prima para pensar en la mente propia; de otra manera, solo brotarán lugares comunes y prejuicios, juicios imperfectos y otras reiteradas opiniones a favor o en contra de tal o cual autor o de tal o cual concepto de uso frecuente. Independientemente de lo que pretenda la universidad con su carrera de filosofía –si graduar profesores de filosofía, aficionados cultos a la filosofía, activistas devotos de una corriente, o filósofos de verdad–, quien quiere pasar de ser estudiante de filosofía a estudioso de las obras filosóficas de otros, y luego escalar hasta la escritura filosófica propia –¿y porqué no?, ¿acaso sólo los extranjeros y los doctores en filosofía pueden reflexionar sobre el mundo y la realidad y plasmar sus opiniones en sendos libros y ensayos? –, debe aprender a observar, pensar, expresarse, opinar, analizar, argumentar, ordenada, estructurada y críticamente. Pero, antes, tiene la obligación de leer abundantemente –en castellano y otras lenguas-–, muchas más cosas de las que los programas de estudio de la carrera de pregrado en filosofía incluyen. El primer paso para la independencia intelectual es aprender a identificar, buscar, encontrar y conocer las fuentes de información y conocimiento más apropiadas para los intereses y expectativas que uno tenga, en lo relativo a la escritura expresiva y reflexiva. Dicho de otra manera, para aprender filosofía y a filosofar es preciso despojarse de la sombra, la influencia, el dictado, la censura y la calificación de los profesores de filosofía.

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