Novedades

[ Ensayos en los que estoy trabajando ]
Breve manual de pensamiento crítico

agosto 05, 2010

Sobre apoyar y rechazar a ciertos autores 3

Sobre apoyar y rechazar a ciertos autores 3
Por Francisco Martínez Alas (2010)

2 Los autores, los lectores y el impacto de la reputación

No todos los autores tienen la misma nombradía ni la misma calidad. Como lectores, nuestra actitud y nuestra confianza ante alguna obra de un autor se ve modificada, influenciada y hasta condicionada según la posición que tal autor ocupe en los entornos culturales y en la historia de una ciencia en particular; o bien, el lugar en el que lo hayamos colocado en nuestras propias escalas de gustos y adhesiones.

En este punto de mi reflexión quiero tratar acerca de cinco posibles tipos de autor según la relación que éstos tengan con la opinión o la fortuna públicas, o cuando son autores vivientes, la percepción que de ellos tengan sus lectores y próximos.  Así, en una escala no necesariamente descendente, yo digo que hay autores famosos, autoridades válidas, autores vivos, autores nuevos, y autores que son nuestros íntimos o al menos amigos.

Autores con fama
Algunos autores logran reconocimiento mientras viven, ya sea que publiquen una obra que pronto los lanza como éxitos de librería, y venden miles o decenas de miles de ejemplares, y hasta más que eso; y después, pronto son traducidos a muchos otros idiomas; lo que de alguna manera favorece que títulos posteriores tengan un éxito igual o semejante. También, hay otros que reciben algún premio importante, como homenaje a la suma de la obra que tengan publicada hasta ese momento. En cambio, hay otros que obtienen reconocimientos así hasta que mueren o mucho tiempo después de muertos –y eso en ambos casos eso es una desdicha- cuando algún estudioso de renombre los descubre y los promueve.

En este apartado mencionaré primero algo respecto de la lectura de aquellos autores con fama que ya están muertos y dejaré para después el caso de los que se vuelven famosos mientras viven. Acerca de un autor reconocido siempre encontraremos alguna referencia biográfica, bibliográfica y crítica en enciclopedias y diccionarios, en libros y revistas, y en sitios y directorios de internet. Si en principio no sabíamos nada o sabíamos muy poco acerca de tal autor, en esas fuentes obtenemos alguna idea acerca de quien era y de su trabajo y de las etiquetas bajo las cuales se le coloca. Entonces, el modo como nos acercamos a un autor con diversa fama pero bien asentada, y las expectativas que se podrían despertar en un lector cualquiera, y hasta en un especialista, estarán motivadas, movidas y conformadas por esa tradición previa que hace referencia a ellos, que nos puede inducir o persuadir a continuar prestándole respeto o a continuar con su desprestigio.

Ya que el autor muerto y reconocido ha sido marcado y remarcado, sintetizado y comentado, ha logrado su espacio en la historia y en las historias del pensamiento y de la literatura, el modo de verlo, leerlo y entenderlo ya ha sido estatuido por la tradición académica o científica. Aunque siempre queda abierta la posibilidad de que surja algún comentarista y comentario nuevos que proponga una interpretación diferente.

En cambio, si se trata de un autor no tan reconocido, y de que su muerte ha acaecido en el tiempo presente o cercano a la época, puede ocurrir una de dos situaciones: una, que al acallarse su voz y su pluma, y luego del transcurrir de los años, décadas (y después hasta siglos), se quede solo ocupando espacio en los estantes de librerías, bibliotecas, catálogos y bases de datos. Pero, también en algunas ocasiones, la noticia de la muerte de un autor muy bien o medianamente reconocido, puede provocar un renovado interés en él, aunque sea localmente. Ya sea porque tras su muerte no habrá más obra de tal autor, o porque se le destina algún homenaje póstumo, o porque algún estudioso y admirador suyo decide hacerse cargo de revisar, ordenar y editar todo lo que el difunto autor haya dejado inconcluso o concluso pero sin publicar.

Hay algunos factores que inciden en la posibilidad de obtener mayor éxito en el reconocimiento, difusión y distribución comercial de un autor. Para mí los más importantes son los siguientes: a) la lengua en la que se escribe, pues las lenguas en las existen grupos editoriales fuertes, cadenas de distribución efectivas, y un mercado de lectores y compradores amplio son más favorables; b) la compañía editorial que lo publica, lo publicita y lo distribuye, pues eso podría garantizar una mayor posibilidad de que el libro se convierta en un producto visible y accesible en diversos canales y medios; c) el país y la ciudad de residencia del autor en un momento dado, también contribuirá a forjar redes sociales y capital social, lo que a su vez podría fomentar un buen nombre para él y ello redundará en oportunidades de presencia en eventos públicos, culturales y en medios de comunicación; d) los temas y tópicos sobre los que se escribe, los que deben reconocibles para la mayoría, y con un significado versátil y adaptable que motive a los lectores a adquirir la obra y leerla.

Pero, no es lo mismo la fama editorial que pueden llegar a alcanzar y alcanzan las obras y los autores de ficción, que el prestigio y la validez científica y técnica que adquiere un autor de tratados o de artículos sobre tópicos que atañen a su zona de acción y creación disciplinaria, interdisciplinaria y multidisciplinaria.

Autoridades válidas y vigentes
La autoridad de un autor no se refiere a una especie de poder que él tenga, por ejemplo, sobre sus lectores o sobre la opinión pública. Un autor es considerado autoridad en una ciencia, y más bien en una parte o una especialidad de ella (porque toda ciencia es demasiado extensa y profunda como para que cualquiera pueda dominarla toda igual en cada una de sus partes), cuando cuando ha conocido un problema o un tópico de manera especial, y también cuando ha descubierto, formulado, propuesto, inventado o innovado, algo que desde entonces se vincula a su nombre, y ahí es donde reside la fuerza de su influencia en los lectores y estudiosos.

Así es como un autor se convierte en autoridad en algo, y ese algo es o puede ser un tema o un método que domina y con el cual crea otras cosas o formula propuestas teóricas, y cuando es pertinente, al aplicar sus conocimientos expertos a situaciones de la realidad soluciona problemas, conflictos o genera transformaciones y desarrollos. Pero, también un autor puede llegar a ser autoridad respecto de alguien, es decir, en la vida, la obra, el contexto y el pensamiento de otro autor. Y en tanto tal, ofrece y otorga, así como pretende y defiende, sus presentaciones, comentarios y síntesis, así como sus interpretaciones de y cuestionamientos a aquel otro autor.

En cualquiera de los dos casos, su condición y calidad de autoridad se manifiesta por medio de los discursos y textos que dice y redacta, de las conferencias que dicta, de los cursos que imparte, de las opiniones con que responde, así como con los artículos y libros que escribe y publica.

El atributo de ser un autor que se considera como fuente o referencia válida, y hasta en parte obligada, se detenta cuando sus ideas se pueden ocupar y aplicar para comprender un aspecto de la realidad o un fenómeno, resolver algún problema, responder a cuestiones difíciles, componer una teoría o un método.

Cuando se considera que el autor ha perdido actualidad y valer, entonces queda como una curiosidad, propia de eruditos, o como algo a lo que se alude con gracia, se le menciona como antecedente de teorías o hallazgos posteriores y más sólidos, o como ejemplo histórico de tendencias de otras épocas. Y hasta pueda ocurrir que no se le vuelva a mencionar jamás.

Un autor solo se mantendrá vigente, como ya lo he dicho arriba y en otros ensayos, mientras provoque alguna agitación y citación pertinente entre pensadores y escritores. Si todo ésto último es verdad, entonces, algunos autores han de perder vigencia en un momento dado. Porque un autor puede perder vigencia, aunque se mantengan en uso, discusión y difusión sus conceptos y categorías, fórmulas y modelos, cuando su nombre acompaña a tales cosas solo como nominación para la cual no se establece ningún vínculo que remita a la persona que las creó, o cuando se han mudado en lugares tan comunes, que ya la mención de autoridad carece de sentido.

Cuando se pierde o se olvida el enlace entre ciertas ideas, conceptos, formulaciones y categorías y la mención de responsabilidad y creación o aparecimiento vinculada al nombre y la época de un autor, entonces tal autor perderá relevancia y reconocimiento. Pero, sobre la validez y vigencia de las ideas, formulaciones, conceptos y categorías en cuanto tales, trataré más adelante.

Autores vivos y la opinión pública
De un autor ya muerto se ha dicho, se dice y se continuará diciendo algo mientras algo de lo que escribió encaje en las corrientes discursivas e ideológicas en boga. Pero, sin importar lo que se diga y haga con sus obras, o las etiquetas que se le peguen, el autor ya no podrá sufrir por las denostaciones ni gozar de los halagos.

Sin pretender construir una definición, un autor vivo es aquel individuo escritor que ha logrado publicar en cualquiera de los medios acostumbrados, como son empresas editoriales, periódicos, medios de comunicación audiovisuales, e incluso internet; y que también ha conseguido provocar algún tipo de debate serio y de calidad (aunque también los rumores, las pláticas y los posteos menos formales ayudan significativamente a crear presencia pública), de manera que ya no solo es un escritor privado, que escribe para sí mismo y para compartir uno que otro texto con los cercanos y amigos, sino que se convierte en un actor o en un agente de opinión, de generación y de entretenimiento, porque no solo se lee para adquirir conocimiento o entendimiento, sino que se lee mucho para distracción y por ocio.

La opinión pública acerca de un autor se forma y conforma a partir del aparecimiento continuado de su nombre e imagen en los medios de comunicación y difusión de todo tipo y clase, en las fuentes de consulta comunes, y mediante actividades intencionadas y concertadas o no, tanto de seguidores y detractores, como las de los foros y páginas en internet que se les dedican. Consiste pues, en la suma posible o potencial de opiniones comunes a aquellos públicos del autor, consistente en aficionados, lectores, estudiosos y otros, no necesariamente especializados y doctos (pues, esos públicos constituyen otro mundo de opinión de naturaleza distinta a lo que se llama opinión pública, sino opinión erudita, culta, técnica o científica de la que trataré más adelante). También, la opinión pública sobre los autores se fomenta y se refuerza mediante la presencia física de sus obras en las tiendas, catálogos, anaqueles y vitrinas; y del autor mismo, en eventos culturales y presentaciones en librerías.

La opinión pública, entonces, puede serle favorable o desfavorable, a cualquier autor. Pues, por ejemplo, si a un autor se le vincula a un cierto régimen político, a ciertas corrientes ideológicas o religiosas, y hasta a ciertos acontecimientos controversiales; entonces las actitudes y sentimientos de los lectores y consumidores, estarán muy divididas. Aunque existe la virtud de que el autor vivo puede defenderse y debatir, responder a sus lectores y a las críticas, lo que bien y sabiamente utilizado puede ser una ventaja para lograr una opinión pública favorable.

El autor vivo puede, y hasta se le puede recomendar, utilizar estrategias y tácticas de mercadeo de su nombre, de su persona y de su imagen. Ello requiere que establezca una relación productiva con los medios de comunicación, con los establecimientos de comercio y distribución de libros, y con entidades dedicadas a la promoción cultural. Así se le dedicarán sendas entrevistas, notas y reportajes, asistirá a presentaciones y firmas de sus libros, o dictará conferencias o cursillos a grupos afines o interesados.

También, puede ocurrir que el autor vivo consiga lucrarse del producto de la venta de sus obras, o del ejercicio de su profesión, y vivir como tal, siendo escritor literario, o en cualquiera de sus otras manifestaciones: conferencista, reportero, crítico, comentarista, generador de opinión, divulgador, formador, ensayista, y alguno de los otros roles relacionados con la producción intelectual, académica y científica. Algunos autores vivos logran obtener notables beneficios en imagen, fama y fortuna por medio de la adaptación de sus obras al cine, al teatro o a cualquier género o medio diferente de la manifestación impresa original. Y, en mi opinión, el que un autor se beneficie tangible e intangiblemente de su trabajo y su obra no debe ser juzgado negativamente.

La duración de la presencia en la opinión pública es transitoria y evanescente. Ya que, si aparece otro autor cuya fama sube y crece más que la suya, o los temas sobre los que escribe tienen más gusto o más pertinencia con las circunstancias presentes, y si ese fenómeno se repite con otros autores nuevos o recién descubiertos, en condición similar, los nuevos autores se convierten convierten en la nueva tendencia del gusto, de la opinión y de la crítica. La reputación conquistada por la generación anterior de escritores se ve disminuida y ocultada, a menos que un suceso ocurra como novedad oportuna y los haga saltar de nuevo a las pantallas y portadas de todos los medios de difusión y comunicación. Y luego, el renombre de un autor vivo, al morir éste, como ya lo mencioné, no solo se renueva, sino que la opinión pública sobre él se transforma. Especialmente, porque, quiérase o no, cuando muere un autor que nos agrada y apreciamos, casi sentimos como si perdiésemos a un amigo. Y sobre lo autores que son nuestros amigos, dedicaré un apartado más abajo.

Algo sí debe quedar claro, aunque un autor sea famoso y sus obras de calidad, a mí o a cualquier otro lector, pueden no gustarnos ni servirnos, pues los lectores no estamos obligados a seguir y gustar de ciertos autores y sus ideas solo por la fama que tienen, y tenemos derecho a elegir lo que leemos y estudiamos, o las corrientes a las que nos adherimos, si acaso a alguna. Aunque, visto de otro modo, los lectores, más o menos informados, más o menos críticos, pueden verse beneficiados de ese flujo de opiniones, de críticas y de información acerca de un autor vivo. Así, un crítico, un profesor o un conferencista puede aprovechar la fama pujante de aquel para evocar y citar un texto de o una anécdota sobre un autor, del cual la mayoría del público está enterado y cuyas ideas u obras las percibe como algo familiar. Colocándose así, el orador, en fila con las tendencias reinantes y apareciendo él mismo como un sujeto que está actualizado y habla conforme la moda.

...